Estás a punto de comenzar un examen para el que llevas estudiando y preparándote durante meses. Llega el momento: bolígrafo en mano, comienzas a responder las preguntas cuando de repente te topas con una que no te suena en absoluto: ¿desde cuándo entraba esto en el examen? Se te acelera el corazón, aumenta la temperatura de tu cuerpo y comienzas a hiperventilar: tierra, trágame. Todos hemos estado ahí, todos nos hemos sentido estresados y agobiados en algún momento de nuestra vida: cuando hemos tenido que dar una charla en público, en mitad de una competición importante o cuando enviamos un mensaje al grupo de WhatsApp equivocado.
También me ha pasado, soy humano.
El estrés forma parte de nuestra vida. Sin embargo, si se prolonga demasiado en el tiempo, puede producir cambios en nuestro cuerpo que afecten a la salud. Pero exactamente, ¿a qué tipo de cambios nos referimos? ¿Sabemos cómo afecta el estrés a nuestro cuerpo? ¿Podemos hacer algo para aliviarlo?
Hoy en MCCPSICO, hablamos del estrés.
Nuestro cuerpo necesita equilibrio: para poder sobrevivir y funcionar correctamente, nuestra temperatura corporal, presión sanguínea, niveles de azúcar en sangre, oxígeno y hormonas se ajustan constantemente para adaptarse a los cambios que se producen en nuestro interior y en nuestro entorno. Esto es lo que se conoce como homeostasis. Es decir, la homeostasis es lo que hace que, por ejemplo, nuestra temperatura corporal se mantenga en unos 36 grados.
Si hace demasiado calor en nuestro entorno, nuestro cuerpo comienza a sudar para enfriar la piel y nuestros vasos sanguíneos se dilatan para perder calor; si hace demasiado frío y nuestra temperatura corporal desciende, nuestros músculos se contraen repetidamente para generar calor y aumentar la temperatura (en otras palabras, comenzamos a temblar).
Y claro, como comprenderás, la homeostasis es tan importante para nuestro cuerpo que cualquier cosa que amenace con romperla no va a ser muy bien recibida. Esto es lo que ocurre precisamente en el estrés: nos referimos con “estrés” a la respuesta que genera nuestro cuerpo frente a un estímulo ya sea físico o psicológico que amenaza con interrumpir nuestra homeostasis. Por ejemplo, el estrés tiene lugar cuando tenemos hambre, ya que nuestros niveles de glucosa están demasiado bajos; cuando tenemos una falta de sueño, ya que nuestro cuerpo necesita descansar y repararse; cuando tenemos mucho frío (ya que nuestra temperatura corporal desciende) o, por supuesto, cuando tenemos un problema emocional.
¿Y cómo responde nuestro organismo?
O sea, ¿Qué causa exactamente el estrés en nuestro cuerpo? Pues cuando nos encontramos ante una situación estresante, nuestro cuerpo activa dos tipos de respuestas: una respuesta rápida y una respuesta más lenta.
Comencemos por la respuesta rápida: cuando nos encontramos ante algo que nos estresa, el primero que entra en acción es nuestro sistema nervioso: al detectar un peligro, nuestras neuronas activan rápidamente las glándulas suprarrenales, que se encuentran en la parte superior de nuestro riñones. Al activarse, estas secretan dos hormonas muy importantes en el estrés y que te sonarán seguro: la adrenalina y la noradrenalina, que en apenas unos segundos inundan nuestro cuerpo, causando una respuesta en muchos de nuestros órganos y tejidos. Por ejemplo, en nuestro cerebro, estas hormonas actúan modificando nuestro comportamiento: nos hacen estar más alerta, aumenta nuestra vigilancia y capacidades cognitivas, incrementa nuestra atención y se reduce nuestra capacidad de sentir dolor.
Lo cual tiene sentido, porque imagínate que vas por el campo y te ataca un oso (que por alguna razón, es como el típico ejemplo que se suele usar) obviamente vas a necesitar salir corriendo por mucho que te haya herido una pierna, con lo que no sentir dolor es una ventaja. Pero incluso más allá del cerebro, en el resto del cuerpo, estas hormonas producen efectos muy diversos: por ejemplo, nuestros vasos sanguíneos se contraen y aumenta la presión arterial; se incrementa la frecuencia cardíaca de forma que comienza a llegar más sangre a nuestros músculos y al cerebro (y menos sangre a aquellos órganos que no son necesarios en ese momento, como el tracto gastrointestinal; por eso el estrés afecta negativamente a la digestión), aumentan los niveles de glucosa en sangre (para que nuestras células tengan energía disponible por si la necesitan), se contraen nuestras vías respiratorias con lo que comenzamos a respirar más rápido, aumenta la coagulación de nuestra sangre para evitar la pérdida excesiva de sangre en caso de que nos hayamos hecho una herida; y sube nuestra temperatura corporal.
Gracias a todos estos cambios, nuestro organismo se prepara para reaccionar ante la amenaza. Y esta reacción es lo que se conoce como “fight or flight”, o reacción de “lucha o huida”; ante una amenaza, nuestro cuerpo se prepara para enfrentarse directamente al peligro o para huir. Y lo mejor es que esto ocurre en un abrir y cerrar de ojos: nuestro cuerpo reacciona a las amenazas de forma casi inmediata.
No obstante, lo cierto es que te he contado la mitad de la historia. Mientras tiene lugar esta respuesta rápida y la adrenalina y la noradrenalina inundan nuestro cuerpo, comienza a producirse una respuesta lenta (que tardará unos 20 minutos más en hacer efecto) y que comienza en el hipotálamo de nuestro cerebro. Al detectar una amenaza, nuestro hipotálamo comienza a producir una hormona llamada hormona liberadora de corticotropina (CRH). Esta hormona viajará hasta la hipófisis, que se sitúa justo debajo del hipotálamo en el cerebro, y la activará para que libere otra hormona al torrente sanguíneo: la hormona corticotropina (ACTH).
Y una vez liberada, esta hormona viajará hasta las glándulas suprarrenales situadas encima de los riñones para que secreten otra hormona muy importante para la respuesta al estrés: el llamado cortisol.
Vale, y mi objetivo con este blog no es que os aprendáis todos los nombres de estas hormonas, sino poder mostraros lo increíblemente complejo y maravilloso que es nuestro cuerpo. O sea, ¿sois conscientes de la cantidad de sistemas que tenemos repartidos por el organismo que se comunican a todas horas para responder de forma coordinada a nuestras necesidades? ¡Es una pasada!
El cortisol tiene un papel muy importante en el metabolismo, es decir, en asegurarse de que nuestro cuerpo tenga un suministro de energía suficiente para responder ante la situación estresante. En este sentido, el cortisol aumenta concentración de glucosa en sangre, degrada grasa y proteínas para obtener energía, inhibe la liberación de la insulina (que es una hormona que baja los niveles de glucosa en sangre, y como no interesa, pues la inhibimos) y entre otras cosas, reduce la actividad de nuestro sistema inmunitario y la inflamación, ya que consumen mucha energía y en ese momento no son tan necesarios. Por tanto, ante una situación de estrés, nuestro cuerpo se inunda de adrenalina, noradrenalina y cortisol, las cuales causan todo tipo de efectos.
Con todo esto, nuestro cuerpo tiene un objetivo muy claro: restaurar el equilibrio que había perdido. Y esto es importante, porque solemos entender el estrés por sus connotaciones negativas (y créeme que las tiene), pero en ocasiones, un poco de estrés a corto plazo puede ser positivo, ya que nos ayuda a estar alerta y preparados para responder a los cambios de nuestro entorno. El estrés puede hacernos buscar comida cuando tenemos mucha hambre, terminar un trabajo a tiempo porque tenemos una fecha límite o frenar rápidamente cuando vamos por la carretera y el coche de enfrente pisa el freno. Y normalmente, cuando el factor estresante desaparece, desaparece también la respuesta al estrés.
- Sin embargo, por desgracia, esto no siempre ocurre así.
En ocasiones, el estrés puede prolongarse en el tiempo y lejos de ser algo positivo, puede dar lugar a todo tipo de problemas en nuestra salud. El estrés puede prolongarse en el tiempo dando lugar a lo que conocemos como estrés crónico. Existen muchos motivos. Puede ser que tengamos un estrés de rutina (por ejemplo porque tengamos mucha presión en el trabajo o la escuela o por problemas familiares que afectan a nuestro día a día; que tengamos estrés por un cambio repentino y difícil en nuestra vida que tenga un impacto prolongado (como un divorcio o una enfermedad), o un estrés traumático al haber vivido situaciones extremas como un accidente grave o una guerra, lo cual puede llevar además a un trastorno de estrés postraumático).
Sea cual sea el motivo, como hemos visto el estrés afecta a prácticamente todos los sistemas del cuerpo, con lo que es comprensible que un estrés prolongado en el tiempo pueda causar daños en muchos de ellos.
Por ejemplo, en el sistema cardiovascular, recordemos que el estrés causa una presión arterial elevada, un aumento de la frecuencia cardíaca y un aumento de las grasas en sangre. Cuando esto ocurre de forma crónica, aumenta el riesgo de desarrollar una enfermedad cardiovascular.
Por ejemplo, las personas con estrés crónico tienen una mayor riesgo de accidentes cerebrovasculares (también conocidos como ictus), de hipertensión o de enfermedad de las arterias coronarias. En esta enfermedad, las arterias que llevan sangre al corazón se endurecen y se estrechan debido a que acumulan en sus paredes grasas como el colesterol; y esto es peligroso porque puede terminar dando lugar a un infarto cardíaco. Pero nuestro sistema cardiovascular no es el único afectado: el estrés también afecta a nuestro tracto gastrointestinal.
Las hormonas que se liberan durante el estrés afectan a nuestra digestión de muchas formas: alteran el proceso de absorción, la permeabilidad intestinal, o la secreción de ácido en nuestro estómago; por eso, el estrés se ha relacionado, entre otros problemas del tracto digestivo, con la aparición de úlceras. Esto se suma a que el estrés puede producir cambios en nuestra dieta, no solo al aumentar el apetito sino al hacer que prefiramos consumir alimentos más “reconfortantes” pero menos nutritivos para calmar el estrés, contribuyendo también a otros problemas como la obesidad.
Y no hemos comentado todavía en este blog el impacto que tiene el estrés en el sistema reproductivo: el estrés crónico puede afectar negativamente a la producción y maduración de esperma, el embarazo y la menstruación, pero por supuesto también al deseo sexual. Es por esto que cuando veo series como “La casa de papel” en la que están en una situación dramática y de estrés total y comienzan a acostarse todos con todos y viva el sexo… pues a ver, realista realista no es, qué quieres que te diga.
Pues que después de una etapa prolongada de estrés, te pongas enfermo, lo cual tiene sentido, porque el estrés crónico afecta a nuestro sistema inmunitario, debilitándolo y haciéndonos más susceptibles de padecer ciertas infecciones, por ejemplo. Por ejemplo, seguramente te haya pasado que después de una etapa estresante, como una época de exámenes, te acabes poniendo malito. Justo cuando tocaba celebrar que habías terminado.
Y estoy seguro de que esto que te he contado lo podías más o menos intuir, pero ¿sabías que el estrés crónico también puede cambiar la estructura de nuestro cerebro? Se cree que el estrés a largo plazo podría reducir el volumen de algunas regiones del cerebro como el hipocampo o la corteza prefrontal, que intervienen en funciones tan importantes como el procesamiento de la memoria, la toma de decisiones o el aprendizaje.
Por eso, es posible que si estás expuesto al estrés durante mucho tiempo te cueste más memorizar nuevos recuerdos o aprender cosas. De todos modos, todo esto que te estoy contando no es algo que ocurra de golpe. Muchas veces, nos acostumbramos síntomas del estrés y ni siquiera nos damos cuenta de que hay un problema: nos cuesta dormir, tenemos problemas de estómago o de digestión, nos cuesta concentrarnos en una tarea o enfermamos con más facilidad, pero no le damos la importancia que necesita. El problema es que, más allá de las enfermedades que te he comentado, el estrés a largo plazo puede terminar dando lugar a lo que se conoce como “fase de agotamiento”, en la que la persona siente agotamiento, fatiga, depresión y ansiedad debido al estrés.
¿Y qué podemos hacer entonces?¿Hay prácticas que pueden ayudarnos a reducir el estrés?
Pues, por suerte, sí.
Si tienes estrés, no te preocupes porque puedes hacer algunas cosas para mejorarlo: los consejos habituales (y que seguramente te suenen) son hacer ejercicio con regularidad (puedes incluso pasear unos 30 minutos al día), practicar técnicas de relajación, por ejemplo de respiración profunda, meditación o yoga; evitar el uso de sustancias como el tabaco o la cafeína; y recordar guardarse tiempo para desconectar, por ejemplo para ver una película, leer un libro o quedar con amigos y familiares.
De todos modos, como podrás intuir estos consejos son bastante superficiales. Puedes implementarlos para aliviar el estrés en ese momento, pero está claro que si tienes estrés a largo plazo es porque hay alguna situación o problema que lo provoca; por eso, la mejor opción es que te pongas en contacto con nosotros, para poderte ayudar a identificar el problema y a buscar herramientas para gestionarlo.
Gracias!!